En los últimos 150 años el mundo ha sufrido la transformación más radical de su historia: primero con la llegada de los motores de vapor y, más tarde, con los de explosión en sus dos principales versiones (Otto y Diesel). La máquina de vapor inicialmente funcionaba con madera, pero pronto pasó a hacerlo con carbón, debido a que el ritmo de explotación de los bosques se hizo insostenible en la Inglaterra del siglo XIX.
Esto provocó la primera explotación masiva de los recursos energéticos del subsuelo. Por primera vez en su historia, los humanos empezaron a utilizar masivamente recursos energéticos de la litosfera.
Hoy en día las máquinas multiplican la capacidad de realizar trabajo del propio metabolismo de los seres humanos hasta extremos que dañan aceleradamente la propia base del recurso que les permite vivir: la biosfera. En la actualidad, la sociedad humana se mueve, con los desajustes y desequilibrios en el reparto de los recursos que todos conocemos, con prácticamente un 82% de los aportes energéticos que obtiene de la litosfera. Es preciso destacar que se trata de fuentes energéticas limitadas, finitas.
El 18% restante, que proviene de la biosfera, está constituido por los saltos hidroeléctricos, que en algunos continentes, como el europeo, están agotados en un 85% de las grandes cuencas fluviales, así como en el uso tradicional de la biomasa (madera, leña, residuos agrícolas, bostas de vaca, etc.), que todavía para muchos países pobres representan un 30% de su uso energético total, mientras que para otros más avanzados apenas suponen el 3%. En el ámbito mundial, la biomasa constituye aproximadamente un 10% de la energía primaria que el mundo consume, pero no deberíamos esperar aumentos en los aportes de esta fuente bidimensional, porque ya hemos hecho desaparecer el 50% de los bosques originales del planeta y el ritmo de destrucción neta de los mismos (deforestación, menor crecimiento natural e insuficiente reforestación artificial) se sitúa en un 1% anual.
Llegados a este punto, añadiré que quienes estamos preocupados por los aportes energéticos en este mundo solemos citar al célebre economista Kenneth Boulding, de la American Economic Association y de la American Association for the Advancement of Sciences: “Quien crea que el crecimiento exponencial puede continuar para siempre en un mundo finito es un loco o un economista”.
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Hoy consumimos unas 20 veces más energía que a principios del siglo XX. La población humana se ha multiplicado desde entonces por un factor algo superior a 6, lo cual quiere decir que los 7.000 millones de seres humanos actuales consumimos, en promedio, unas 3 veces más energía per cápita que el ser humano de principios del siglo XX.
Esta ingente capacidad de movilización humana es posible porque el 82% de la energía se extrae de fuentes no renovables de la tercera dimensión, de la litosfera. No es por factores monetarios o financieros. Se trata de fuentes de energía que están sujetas al agotamiento. Incluso la parte correspondiente al 10% de la energía primaria mundial, que proviene de la biomasa y se supone renovable, tiene también un elevado porcentaje de agotamiento y no renovabilidad, porque se explota a mayor ritmo que el de reposición natural. Por ejemplo, si un bosque se poda a una velocidad inferior a la del crecimiento de sus ramas, el recurso es renovable; si en cambio se expolia a una velocidad superior, el bosque desaparece y deja de ser un recurso renovable. Podría decirse que es cosa de Perogrullo, pero algunos economistas no parecen entenderlo.
Por si fuera poco, las últimas mediciones indican que ese consumo de energía que propicia una transformación tan brutal de los recursos naturales para la obtención de bienes y para la prestación de servicios ya sobrepasa entre un 40 y un 50% lo que se ha dado en llamar la capacidad de carga del planeta; esto es, la capacidad que tiene la biosfera de regenerarse a su ritmo natural de reemplazo para seguir manteniendo la base de recursos vitales que dan vida a este mundo. Por su parte la litosfera, si es que se regenera, lo hace a ritmos geológicos, que quedan fuera de nuestra escala.
Es obvio que el crecimiento no es algo malo y, como bien dice Torres López, es mucho más convincente y agradable como concepto que el decrecimiento. Pero la Naturaleza ha dispuesto que todo ser vivo crezca, llegue a un pico o cenit vital y luego venga su declive, su decrepitud progresiva, su envejecimiento y su muerte. El hecho de que los individuos estén sometidos a ese ciclo es lo que permite que las especies se sostengan de forma estable. Nunca antes de nuestra civilización actual se había ignorado, despreciado o ninguneado hasta tal punto este principio inmutable, inexorable y natural.
+ artículo completo de Pedro Prieto