Yubartas en los Silver Banks

De mis viajes de buceo, el que más me ha impresionado ha sido el de los Silver Banks, y eso que en los diez días que estuve allí no caté el aire comprimido.

Los Silver Banks o Bancos de Plata pertenecen a República Dominicana y fueron declarados reserva en 1.986. Dentro de las migraciones de las ballenas jorobadas, este lugar es uno de los santuarios para su cría y apareamiento. El acceso a la reserva está sujeto a la petición de un permiso a las autoridades y las inmersiones con botella están prohibidas para evitar el acoso a las ballenas y a sus crías.

Salimos del puerto de Sosúa, en Puerto Plata, por la noche y tardamos unas 8 horas en llegar. Los Silver Banks están en mitad del azul, pero tienen una zona de bajíos que permite a las embarcaciones autorizadas fondear. Al levantarnos la primera mañana, ya estábamos fondeados y después del desayuno nos preparamos para la primera salida en busca de las ballenas.

Ibamos en dos zodiac, cada una de ellas salía en una dirección y gracias a que las ballenas tienen que salir forzosamente a respirar, con tiempo y atención, terminas viendo las columnas de agua que suben verticales hacia el cielo, o una aleta caudal, o una blanca aleta pectoral. Esa es la boya que marca al patrón dónde debe dirigir la zodiac.

Cuando ya estábamos cerca de las ballenas apagábamos el motor y con cuidado y mucho sigilo uno o dos entrábamos al agua y nos acercábamos muy despacio a las ballenas. Normalmente eran madre y cría, por lo que mucho de los acercamientos, terminaban con una madre asustada, que agarraba a su cría con una de las aletas pectorales y se marchaban con una agilidad y a una velocidad que sorprende en animales tan grandes.

Sin embargo, muchos de los acercamientos terminan en encuentros. Si la madre está relajada y no ve un peligro para ella o su cría, el encuentro se cierra, y el observador pasa a ser observado. Los ojos de las ballenas están llenos de expresión y siguen aquello a lo que miran, de la misma forma en que lo hacemos los humanos.

En uno de los encuentros, me quedé al lado de una de las crías. Tuve que contenerme para no tocarla, porque estaba a menos de 50 cm. Las crías son curiosas, y quieren explorar y descubrir el mundo. Así que en ese encuentro, lo primero que hizo fue mirarme. Nos quedamos más de un minuto mirándonos y cuando tácitamente decidimos que no íbamos a hacernos daño, comencé a girar sobre mí cuerpo, imitando el baile de cortejo que los machos de jorobada ofrecen a las hembras.

El vínculo estaba establecido, y la cría imitó mis movimientos, girando sobre su cuerpo con las dos aletas pectorales extendidas, mostrándome su blanco vientre estriado. Yo reí de alegría y sentí una paz y una conexión con la naturaleza, que en muy pocas ocasiones he sentido.

La madre debió pensar que su retoño había cruzado una línea excesivamente peligrosa, porque empezó a emitir sonidos agudos, que me recordaron a los sonidos que oyes en un parque, cuando una madre, en cualquier idioma, avisa a su hijo de que se puede caer, o hacer daño, o de que se ha ido excesivamente lejos.

Mamá ballena se acercó a su cría, emitiendo aun esos sonidos con el tono universal de una regañina. Levantó su aleta pectoral izquierda y cogiendo a su retoño giró y rompió el vínculo que inocentemente habíamos establecido.

Hubo muchos más encuentros en los 10 días que estuvimos, todos ellos llenos de magia. En algunos reí, en otros lloré de alegría, otros me embriagaron por su ternura, los cortejos de los machos sobrecogen, pero la sensación que subyace a todos ellos es PAZ.

No es un viaje barato, pero por la experiencia que vives, si lo comparo con otros viajes que pueden tener el mismo precio, merece claramente la pena.

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